¿Hay algo más terrorífico que recibir una llamada a las cinco de la mañana? Saltas asustado de la cama, desistes en ponerte las zapatillas, te golpeas con la puerta y a duras penas consigues alcanzar el teléfono que sigue sonando. Antes de descolgar te alcanza tu consciencia que se había quedado en las sábanas: ¿mal genio? ¿angustia? Los gamberros, los bancos y hasta los vendedores telefónicos duermen a esas horas. Te preparas para lo peor y preguntas: ¿Sí?
No hay nada que me produzca más miedo, que me pille tan desprevenido, tan indefenso. Ningún engendro de terror o alienígena conseguiría que mi corazón palpitara tan aprisa. Nuevamente la realidad aplasta a la ficción y esta vez me ha sucedido a mi esta mañana. Ningún muerto, por ahora...
¡Ojalá nunca tenga que hacer yo la llamada!
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